Por: Eduardo Silva Yate – Estudiante (sexto semestre)
Es posible afirmar que vivimos en el país con la producción de café más amargo, su peculiar secreto para otorgar tan magnifica amargura es una receta nacional utilizada desde hace ya más de 50 años. En nuestra memoria histórica somos la patria que riega la tierra con sangre de civiles y abona sus cultivos con cadáveres putrefactos de hombres, mujeres y niños.
Hacemos cigarrillos de pólvora y metralla que luego encenderemos con las velas del funeral de alguna de las 220.000 víctimas mortales resultantes del conflicto que se vive en Colombia. Y para completar el desayuno, una agradable vista desde una silla mecedora desgastada de un pueblo destruido por los cilindros bomba que retumban en las calles mortecinas, finalmente un periódico con el encabezado de rutina en nuestro país: asesinato, secuestro, violación, muerte, etc.
La memoria histórica, más que el proceso de recuerdo consiste en la evocación de sucesos, eventos o información almacenada en el pasado. Pasado que nunca debe ser enterrado y muchos menos dejado en cifras, pues las víctimas no son cifras, son rostros sufrientes, cuerpos lacerados, espíritus crismados y ojos cansados. De madres, padres, esposos, esposas, hijos, hijas y personas que han sido dejadas sobre las cuerdas, con golpes tan contundentes que destruyen fácilmente el cuerpo y el ser. Pero hay que darles reconocimiento a estos luchadores, a todos esos colombianos que le han puesto la otra mejilla al conflicto armado interno y han resistido.
Como estudiante de criminalística es muy amplia la responsabilidad social y humana que recae en mis hombros, en la de mis compañeros y todos los individuos que trabajan para restaurar la paz de nuestra nación. Quizás algún día nos encontremos en nuestro camino con una tarea tan importante como lo es recuperar las acciones que datan del pasado sobre hechos que afectaron gravemente nuestro territorio y dejaron heridas tan profundas, que miles de cadáveres se depositaron allí, conformando las fosas en donde más que cuerpos, se encuentran enterrados signos de interrogación.
Es de vital importancia mantener viva la memoria colectiva de un pueblo que ha sido sometido al dolor y al sufrimiento durante más de medio siglo y recordar para tomar lección de porque debemos trabajar unidos para nunca más pasar por la pena de vivir en el país en el cual se masacran campesinos, se incendian cultivos de alimentos, se hacen explotar iglesias con niños dentro y se le dispara a quema ropa a los líderes sociales que promueven el cambio y la paz.
La cara de la guerra toma mil formas antes de presentarse y siempre de formas distintas, muchas veces como grupos insurgentes y otras cuantas como actores del estado que promueven la violencia y disfrazan las acciones que se toman a cabo para tranquilizar a una sociedad que cree en todo lo que los medios de comunicación les interponen. Pero no olvidemos a todos estos miles de personas que quedan expuestas a ser abatidas por el fuego cruzado mientras intentan defender su vida, su casa, su tierra, sus derechos, su dignidad y sus familias. Las cuales muchas veces conocen los ojos del monstruo bélico ya sea por parte de comandos armados como de unidades militares que solo buscan hacer descender las cifras con beneficios propios y poder decir: estamos ganando.
Hay que recordar a nuestros muertos y a todos los desaparecidos que reposan en la incógnita de sus familias, para poder exigir un alto al fuego, un basta ya, un cese bilateral que más que una idea utópica de paz, solo ha conseguido mutilar y desangrar a nuestros compatriotas de la manera más cruel y triste posible. Educar al niño para evitar tener que castigar al adulto.
Colombia siempre ha sido el escenario de una de las guerras más mortales del planeta, en ella guerrilla, paramilitares, miembros de la fuerza pública se han enfrentado mediante combates, masacres, asesinatos selectivos, desapariciones forzadas, tortura, secuestro, reclutamiento infantil, violencia sexual, desaparición completa de pueblos. La prolongación del conflicto armado ha hecho que este sea introducido en nuestra cultura de una forma tan directa que todos hemos tenido que crecer con el olor a muerte que se confunde con el aroma de un café, es momento de pensar si queremos seguir bebiendo café amargo al desayuno o hay algo que podamos hacer para cambiar su sabor.